jueves, 14 de octubre de 2010

Se llamaba Manuel

Fernando Gonçalves Estella

Un anciano es, ante todo, una persona que ha vivido. Que atesora una experiencia que sólo se logra con el transcurrir pausado de los años.  Y que vive, muchas veces con infinita amargura, la llegada día a día de su personal e intransferible ocaso.
        Hablemos de Manuel. Por sus ojos ya han pasado 78 primaveras. Hizo de todo en la vida aunque se dedicó especialmente a las labores del campo y al cuidado del ganado, con economía de simple supervivencia. Tuvo cuatro hijos a los que logró sacar adelante con orgullo y con muchos apuros. Los cuatro emigraron a distintas regiones de España. Un varón, con 34 años murió al caer al vacío en accidente laboral. Otro está en el norte, actualmente en el paro, y de vez en cuando necesita la ayuda económica del padre para poder llegar a fin de mes con un mínimo de dignidad. La pensión de Manuel, apenas llega a las cuarenta y siete mil pesetas. Su mujer,”una santa”, tiró del arado tanto ó más que las caballerías que tenían para las labores, además de hacer “todo lo de la casa” durante toda su vida. Nunca supieron que era eso de irse de vacaciones. A los 76 años la puñetera “tensión” se la llevó. El médico le dijo que le había dado “no se qué” a la cabeza. De eso hace ya dos años.
        Manuel también tiene la tensión alta, toma pastillas para la diabetes y desde hace más de 30 años, sus piernas arqueadas parecen indicar que todavía llevara el mulo entre ellas. La cadera derecha no le deja en paz y el bastón es su compañero inseparable. La noche se le hace más larga que antes. Se levanta a orinar varias veces, más por aburrimiento que por otra cosa. Y no puede ni fumar. Antes fumaba bastante, pero hace 6 años, el médico se lo quitó por lo de la tensión, al mismo tiempo que los embutidos y el queso. Con lo que a él le gustaba. Ya apenas sale algún rato con los amigos. Todos tiene achaques y además nunca tuvo tiempo para poder hacer muchos amigos. La casa le parece cada vez más grande, siempre en penumbra y con el silencio cada vez más fuerte. Nunca le gustó tener que coger las gafas para ver los tres ó cuatro retratos de las bodas de los hijos. Y ahora las necesitaría más que nunca porque las cataratas le nublan la vista. Sabe que tiene un gato porque lo siente de vez en cuando por casa.
        Lo que peor lleva es que se le fuera la mujer para siempre, las pastillas y el ver como el campo con el que tanto peleó para comer toda su vida, ahora nadie lo cuida. Y no fumar. Y no comer chorizo.
        Lleva peleando, más de un año, con los hijos que se lo quieren llevar a la capital, para que no esté aquí sólo. Y cuando creía que lo había conseguido, resulta que el mayor se ha empeñado y no atiende a razones. Vino ayer a por él y mañana se lo lleva. Aunque él ha dicho mil veces que de aquí no se va. Que estará en su casa  ,en el pueblo, hasta que lo entierren.
        Hoy, cuando se levantó, temprano, el hijo que vino a por él, Manuel hacía ya casi dos horas que había salido a la calle. Un vecino le sintió abrir la puerta del huerto y pensó viéndole por la espalda, que iba para buscar algo. Recuerda que iba agarrándose la gorra, como con prisa.
        Nadie escuchó su, breve y mecánico, chapoteo en el agua del pozo del huerto, mientras se hundía. Tampoco nadie oyó a su padre 35 años antes cuando hizo lo mismo.
        Y el hijo dice que no comprende que ha podido pasarle a su padre por la cabeza para hacer una cosa así. Mientras, el médico, frunciendo el ceño, en silencio, se pasa la mano mecánicamente por la nuca. Ahora él lo comprende todo. Incluso porqué le llamó el día antes para la bronquitis que dijo tener y que él no encontró por ninguna parte.
         Se llamaba Manuel.

1 comentario:

  1. Poca gente lo comprende así, poca... Por lo menos no suelen hablar de eso, parece van a vivir para siempre...

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