jueves, 14 de octubre de 2010

La tentativa de suicidio de Gabriela

Fernando Gonçalves Estella




Aunque ya son más de las once de la mañana, la niebla se resiste a levantarse del todo. Hace frío en la calle. Es un domingo húmedo y gris. Y los del tiempo decían que iba a hacer bueno... sabrán ellos.

En el Centro de Salud el médico de guardia entre aburrido y expectante, observa a través de los cristales, como una mujer de sesenta y tantos años, acude al Centro de Salud, acompañada por un vecino de parecida edad. Viene él delante, y ella dos pasos más atrás, con el brazo izdo. en flexión de 90º pegado al cuerpo, amparándolo con su mano derecha.
Es evidente, que el antebrazo izquierdo, regazado, está envuelto en un paño de cocina, de toalla, manchado ostentosa y abundantemente de sangre. Viene en zapatillas y viste de color oscuro y mal. Su pelo, cárdeno, está cortado de cualquier manera, por mechones y revuelto. Hasta de lejos se nota que su higiene deja mucho que desear. No parece tener prisa. Tiene menos años de los que aparenta.
 En la sala de espera coinciden, aguardando su turno para consulta, con un padre cuarentón, que acompaña a una jovencita teñida, de cerca de veinte con signos claros de infección respiratoria y afebril de vías altas.
Cuando el médico sale a llamar al paciente siguiente, es esta última pareja, por sí misma, la que indica a la herida que pasen ellos primero, pues es notoria la presencia de la sangre. Sin embargo, declinan tal ofrecimiento.
Acabada la consulta con los primeros, entran la presunta lesionada con su acompañante a la sala de urgencias, y a preguntas del médico, la mujer refiere con frialdad e indiferencia "me he cortado con un cuchillo".
No parece tener prisa ni ansiedad alguna por ser atendida, y ante su pasividad, es el propio médico el que comienza a desenvolver el antebrazo lesionado. Su curiosidad innata, le obliga a imaginarse la herida antes de llegar a verla. Piensa mil y un mecanismos de corte. ¿Con qué se encontrará esta vez?. Trabaja y va a lo suyo. En silencio.
De repente, su acompañante, hasta entonces igualmente sereno y callado, le dice "dile la verdad", y remacha con firmeza, "al médico hay que decirle la verdad". Por un momento, el trío de miradas se entrecruzan en silencio. La mirada del médico es inquisitorial. La del acompañante expectante. La de la lesionada, segura y ausente.
"Me he cortado adrede, para matarme" dice pausadamente, mientras el médico intenta retirar el primer torniquete que ve, y el acompañante indica "tiene otro más arriba que le he puesto como he podido". Los dos torniquetes están hechos sin duda, utilizando los primeros pañuelos de bolsillo encontrados  con las prisas, independientemente de su grado de limpieza, y ambos están sujetos con nudos dobles, difíciles de desatar, por lo que se opta por cortarlos.
Fluye por la herida, abundante sangre entre los coágulos, y mientras se procede a una primera valoración instrumental, siempre dolorosa, la actitud de la paciente es invariablemente seria, calmada, segura, como queriendo transmitir una extraña tranquilidad. No pregunta por el alcance de su lesión, ni parece preocuparle en absoluto la falta manifiesta de movilidad activa de su mano izquierda. No hace exclamación alguna de dolor, ni pregunta, ni sugiere, ni gesticula. Transmite una indiferencia absoluta. Su mirada, perdida entre los azulejos, fríos y brillantes a la luz de los tubos de neón de la sala de urgencias, no transmite nada.
En ese silencio, sólo roto por los ruidos metálicos del instrumental al chocar con las bateas, el roce de los paños quirúrgicos verdes manchados de una sangre oscura y pegajosa, y el olor penetrante a yodo, solo se oye, de vez en cuando, la jerga técnica que médico y ATS cruzan entre sí. También, como de fondo, la voz preocupada del acompañante, que entre dientes, repite una y otra vez "ha perdido mucha sangre, ha perdido mucha sangre".
La herida es incisa, amplia, transversal, hecha de un solo trazo, como realizada a bisturí. Sin embargo, una vez salvada la piel, parece como si se hubieran hecho varios cortes superpuestos, como queriendo profundizarla. Los tendones flexores, aparecen totalmente seccionados. No hay quien encuentre los cabos proximales y las masas musculares, retraídas, hacen protusión a través de las fascias. Hay que derivarla a cirugía.
Realizada la primera cura, y a la espera de la ambulancia, el ambiente se palpa tenso, pero nadie parece tener prisa. Cada uno representa su papel a la perfección. Hasta ahora nadie ha dicho una sola palabra de más. Parece que cuesta empezar a hablar.
"Siéntese".  Médico y paciente, se sientan al unísono, mirándose con aparente desconfianza, como distantes, pero nada más lejos de la verdad. Los dos están tensos, porque van a ser sinceros y no saben cómo empezar, pero deciden sentarse a hablar.                                                                                     

CASO CLÍNICO

Mujer de 56 años, 1.48 de estatura, 72 Kg. de peso.
Antecedentes familiares:
Padre fallecido a los 61 años, por accidente cerebro vascular.
Madre viva, de 87 a., demenciada desde hace dos, siempre fue muy nerviosa. "Nos tiene a todos metidos en un puño, pero no de ahora, no, que siempre fue así".
Hermanos:  1.- Mujer. Muy nerviosa, en tratamiento con ansiolíticos a temporadas. No consta diagnóstico exacto. "Es igualita que mi madre".
                   2.- Mujer. Es la paciente
Cree haberle oído a su madre contar que tuvo más hermanos, pero murieron siendo niños de pecho.
Hijos: Una hija única, por parto eutócico, a los 19 años.
Antecedentes personales:
"Yo nunca he estado mala". "Tengo cosas más importantes que hacer que preocuparme de estar enferma ó no". "A mí me ha castigado la vida con otras cosas". 
Indumentaria y presencia física, descuidadas. Mala higiene.
Obesidad exógena. "Es que como no tengo otra cosa que hacer y ando todo el día por casa, pues me llevo a la boca todo lo que encuentro".                 
Dorsalgia crónica para la que utiliza AINES a temporadas, compatible con diagnóstico de osteoartrosis generalizada con especial afectación dorsal.         
Bebedora excesiva ocasional. "No bebo casi nunca, pero bueno, a veces me voy al comercio y compro una botella de coñac". "Pero es para que me dé fuerzas, que gustarme, gustarme, no me gusta".
Historia sociofamiliar:                            
Fue madre con 19 años, "de moza". Después "me casé con otro", que ocho años más tarde se fue de casa. Está separada de hecho, pero "nunca he querido arreglar los papeles porque me lo mismo".                                 
Trabajó en el norte de España. "En los hoteles haciendo camas, cuando se ganaba un duro a la hora, de la mañana a la noche sin parar, que había que comer y criar a la niña". A la hija "se la pasé a mi madre para que me la criara en el pueblo, y así yo podía trabajar". Pero "no paraba en todo el día, sola, trabajando para nada, y en cuanto pude juntar algo de dinero me volví al pueblo con la niña". Para entonces "la niña ya se había hecho a la abuela y no quería saber nada de mí y si me iba a ella, se echaba a llorar". Como pudo, se hizo con un atajo de cabras, que "me daban para comer y poco más", hasta que "cuando mi madre se puso inútil, que perdió la cabeza y no es para estar sola, tuve que quitar las cabras del medio, porque tengo que cuidarla a ella a  meses, repartiéndomela con mi hermana". De eso hace ya más de tres años.
Desde entonces, su única fuente de ingresos es la pensión de la madre, viuda, "casi cuarenta y cinco mil pesetas, que cuando está conmigo las cobro yo, un mes sí y otro no, que los pares, está con mi hermana". Ha tenido que vender las dos tierras que heredó de su padre "por dos perras gordas, porque no hay gente que las quiera para trabajarlas, ¿sabe?, no hay gente en los pueblos, y yo tengo que comer de algo. Me da vergüenza decir en cuanto las vendí y he jurado no decirlo".
Su hija se casó hace años y vive fuera. " Hablo con ella muy poco, muy poco. No hablo con ella más que cuando la llamo yo por teléfono que, mal está decirlo una madre, pero no quiere saber de mí". "No me ayuda con el dinero ni con nada". "Y cuando le digo que su abuela me quita la vida a disgustos, me dice que eso es cosa mía, que la meta en una residencia. Y yo eso no, oiga, que es mi madre y la debo un respeto."

LA TENTATIVA
Ya lo intentó ayer, pero no encontraba la manera. "Lo intenté en la mañana, no le digo hora, sobre las once más o menos". Está muy disgustada con su madre, demenciada, con la que intenta razonar inútilmente una y otra vez. Este mes la tiene con ella en casa. "Es que como no me quiere cenar, no me quiere desayunar, no me quiere comer, tengo que darle, y mi hermana dice, pues en mi casa si come, y a mí entre las dos me amargan la existencia, y me atacan los nervios". Ayer, otra vez más, su madre no quiso desayunar, y ella, harta, decidió matarse, pero no quería hacerlo para que su madre no se quedara sola con ella muerta al lado y " le dije voy a respetar la decisión a que usted se marche, pero no pude y me fui a la cocina". Hizo un intento con un cuchillo grande y viejo, de los de matar los cerdos, "con las dos manos, para clavármelo en la tripa, al hueco, pero con la ropa, no me entraba el cuchillo para dentro". "Me daba igual más arriba que más abajo, pero no quería verme salir el chorro de sangre del corazón y por eso lo intenté con la ropa". No se hizo daño alguno, por las numerosas piezas superpuestas de ropa de abrigo que utiliza, "pero si que lo intenté, sí". Tras el intento fallido le dijo a su madre otra vez "en cuanto se vaya me quito la vida y dejo de padecer, pero hoy la voy a respetar".
Hoy, domingo, otra vez no podía aceptar que su madre no quisiera desayunar y decidió no esperar a más. Como la ropa tampoco lograba atravesarla con el cuchillo, y seguía rechazando la idea "de verme salir la sangre del corazón", decidió remangarse, y "me fui a las venas del brazo", y se cortó el antebrazo izquierdo, "apoyándolo contra la mesa para sujetarlo mejor, y hacer más fuerza, que si no, no podía". Luego bajó otra vez  la manga y esperó, "de pie, que me llegara la muerte". La sangre fue fluyendo, "primero salía mucha y salpicaba, luego ya sólo a hilo, haciendo charco". "No es fácil hacerlo".
En este momento interviene el vecino diciendo que "ha dejado allí un charco enorme, no sé como no estará muerta". Como le pareció que iba para rato, "me dio que pensar que quién iba a darle la comida a mi madre y por eso llamé a este, para decirle que yo me estaba poniendo mala, que vinieran a la hora de comer a darle a mi madre, que antes no". "No quería que si tardaban en venir, no hubiera quien atendiera a mi madre". El vecino presintió algo raro y fue enseguida a ver que pasaba, y se la encontró apoyada en la pared esperando el final. No discutieron, "porque nos llevamos bien y en eso no hay nada que discutir, que no se puede convencer a la gente en eso, pero la metí al coche en cuanto pude y ha venido sin hablar una palabra todo el camino". El vecino expresa su extrañeza y parece disgustado porque antes no les hubiera contado nada a ellos. "Estuvo con mi mujer sentada ayer a la puerta y no le dijo nada". "No comprendo como ha podido pensar en hacer esto".
Desde hace tiempo se siente algo triste. "Normalmente pienso mucho, por las desgracias que he tenido y la mala fortuna en la vida y tengo muchas ganas de llorar, porque la madre hace la vida imposible".
Malamente le llega el dinero para sobrevivir, dada su escasísima fuente de ingresos. Es ella la que saca el tema. "Estoy pagando el cupón (de la seguridad social) y me van quedando pocos recursos". Esta última palabra la dice despacio, dándole un significado profundo y decisorio, como sobrevalorándola. Al preguntarle si cree que su situación económica ha influido en la decisión de intentar quitarse la vida, baja la voz, mira al suelo, y por dos veces repite "ahí está, señor, ahí está". "Eso, y la pena de mi madre, que no me escucha".
Dice no haberlo intentado nunca antes "aunque me dejó mi marido con el día y la noche, el cielo y la tierra, pues a pesar de todo, no lo hice, pero luché y no, no lo intente nunca, fui luchando, fui luchando y saliendo para delante como pude. Pero ahora no puedo, porque estoy amargada, con artrosis, sin dinero, sola y con mi madre que me ataca los nervios".
Se le ofrece ayuda, diciéndole que lo primero que vamos a intentar es  solucionar lo de la herida del brazo, para que la mano vuelva a recuperar el movimiento. No parece preocuparle lo más mínimo. Y después, se intentará lo del dinero, para que no pase más necesidades. Respecto a su madre "no me la metan en una residencia, por favor, sólo convénzanla que cuando esté conmigo coma, que si no me vuelve loca, pero a una residencia no, que es mi madre, y buena o mala, sólo tengo esa".
Después de un momento de reflexión, en silencio, dice "lo único que pido, y lo pido por favor, que yo ahora con el duelo que tengo, no estoy para estar sola. Que no estoy para estar sola, porque tengo malas ideas, malos pensamientos, y ganas de volver a hacerlo ó de tirarme a un pozo ó no sé".
Cuando ve la posibilidad de que se le solicite la prestación de una ayuda económica dice, "aunque solo sea una ayuda pequeñita, para poder tirar de hoy para mañana, no pido otra cosa. Porque si no, se ve una más hundida y para una sola, eso es muy triste".
Hablando, se le informa que la verá después el psiquiatra, el médico de los nervios, que la va a ayudar a salir adelante y que entre eso y la ayuda económica que se intentará conseguir, la vida le será más fácil, pero que ella no beba cuando se encuentre mal, que el teléfono de urgencias funciona las veinticuatro horas del día, y que tiene que prometernos que cuando vea que le vuelven las "malas ideas", nos va a llamar enseguida, aunque sea sólo para hablar un rato, que nosotros en ese momento queremos escucharla, que nos llame sea la hora que sea, que no nos importa, que para eso estamos. Se le apuntado el teléfono en un papel, que ella dobla y redobla cuidadosamente antes de guardarlo en el bolso de la bata, al mismo tiempo que, con un esbozo de sonrisa, que se atisba por primera vez en su cara, dice despacio "pero si puede ser, que hoy no me manden a casa mejor, por favor, que sola en casa hoy, no voy a estar segura, que tengo los nervios muy mal".
Cuando llega la ambulancia, se despide del médico, con afecto. Casi casi con cariño, tocándose las manos ambos, un segundo más de lo normal. Le cuesta volver a mirar hacia delante y los primeros pasos los mirando para atrás, con su mirada en la del médico. Camino de la ambulancia anda con decisión, sacando el brazo del pañuelo que se lo ampara.
Del médico, mientras mete las manos en los bolsos de la bata buscando no se sabe bien lo qué, viendo irse la ambulancia, se oye que dice como entre dientes "cagüen la puta...".
Pero la guardia continúa. "Que pase el siguiente"

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