jueves, 14 de octubre de 2010

La tentativa suicida de José Luis

La tentativa suicida de José Luis 
Fernando Gonçalves Estella (**), Teresa Sevillano Bermúdez (*)
(*) Médico General. ZBS Matilla de los Caños. Salamanca
(**) Médico General. Doctor en Medicina y Cirugía. ZBS Sayago. Zamora
 Motivo de consulta 
La Guardia Civil solicita por teléfono nuestra presencia a domicilio, al ser avisada por los familiares de un paciente joven que, dicen, se ha encerrado en su habitación desde hace más de 24 h. de la que sale un fuerte olor a gas butano. Parece ser que con anterioridad ha hecho otros intentos de suicidio.

Antecedentes

Varón de 24 años, soltero, conviviente con su madre, viuda. Según refieren, está en tratamiento "de los nervios" desde hace cerca de 4 años y ha intentado suicidarse anteriormente, al menos en 4 ocasiones conocidas. Ingresos previos en unidades de psiquiatría de agudos. Fumador de un paquete al día.
Dicen que ayer noche tuvo un accidente de tráfico sin interés, en el que sufrió un traumatismo banal en la muñeca dcha.

Exploración

Tras nuestros intentos iniciales, sin éxito, de acceder a su habitación, es el propio paciente el que colabora en facilitarnos la entrada, después de conversar a través de la puerta, con un Guardia Civil al que conoce.
Paciente consciente, orientado, con palidez cutáneomucosa, eupneico. Ligera somnolencia. Mano derecha con vendaje compresivo. Sale por su propio pie de la habitación, con lentitud. Descuido evidente en vestimenta e higiene. Inicial indiferencia afectiva. TA 110/80.

Impresión diagnóstica

Intento suicida, objetivamente sin medios suficientes para conseguirlo.

Tratamiento y recomendaciones

No es necesario tratamiento médico urgente, ni medidas de contención.
Tras su rechazo inicial, se logra convencer al paciente de la necesidad de efectuar una interconsulta, urgente y de carácter voluntario, con en el Servicio de Psiquiatría del Hospital de referencia, advirtiéndole que será allí donde tomarán las decisiones que estimen convenientes al caso, incluyendo su posible ingreso hospitalario. Se procede a su derivación en ambulancia, acompañado de un tío paterno con el que mantiene buena relación afectiva.

Relato de los hechos y comentarios

El aviso surge nada más comenzar la guardia. Hacia las tres y veinte de la tarde, recibimos un aviso telefónico de la Guardia Civil, que ha sido advertida por los familiares del paciente de su encierro de casi 24 horas y del fuerte olor a gas que sale de su habitación. Vive en una localidad situada a 10 minutos del Centro de Salud.
El aviso lo recibe uno de los dos médicos de guardia, que es precisamente su médico de cabecera, que informa a su compañero de lo que sucede y que va para allá. Cuando el segundo médico oye el nombre del paciente, se ofrece a acompañar a su colega al aviso, dejando en el Centro al ATS, dada la posible gravedad.
Durante el camino, le explico a mi compañero que quiero ver a este paciente, porque no hace ni un mes, que fue atendido en el Centro de Salud estando yo también de guardia. Aunque no lo vi personalmente, porque estaba atendiendo a otro enfermo, el compañero con el que estaba ese día, me comentó que lo había ingresado, porque decía que se había tomado 6 cápsulas de Tranxilium 15 y que además, se había puesto una inyección de 5cc intravenosa de veneno para pulgas. Que no parecía muy creíble, pero que lo ingresó por si acaso.
Llegamos a la localidad, en apenas diez minutos, y tras el callejeo lógico, a la casa del enfermo. Es un pueblo muy pequeño, apenas doscientos habitantes, y la mayoría ancianos. La casa destaca, porque es nueva, blanca, y es diferente a las de su entorno, que son casas centenarias de fachadas de granito, grises.
A la puerta, hay un grupo de vecinos y dos coches, además de varios miembros de la Guardia Civil. Todos charlan con cierto relajo, por lo que mi compañero me comenta: "o ya está muerto, o no pasa nada, porque mira que tranquilos están todos". Solo una mujer, ajena la resto, enlutada de pies a cabeza, enjuta y doblada, se esfuerza, como con prisas, por barrer con un escobón la puerta de la casa. Es la madre del paciente.
Mientras entramos en la casa, tengo la impresión de que es un chalé todavía en construcción. Pero, aunque ya está terminado, no tiene amuebladas más que la cocina y si acaso, a lo que parece, un par de habitaciones. El resto, está como si los pintores hubieran terminado ayer mismo de trabajar.
Un Guardia Civil, nos lleva hasta el piso superior. Por la escalera, nos va informando que hace unos 20 minutos, cuando llegaron, lograron hablar con él, que abrió la puerta y que sacó cuando se lo exigieron, una bombona de butano,  al tiempo que les decía: "vale, pues tomar la bombona y dejarme en paz". Que no les pareció que estuviera muy mal y que volvió a encerrarse inmediatamente después.
El olor a gas es intenso en la planta superior, a pesar de que ya han abierto todas las ventanas de para en par. El joven, parece que sigue encerrado porque cuando intentamos abrir la puerta, no hay manera. Está bloqueada por dentro y no nos contesta. Parece que se oye dentro una radio o algo así. Uno de los Guardias Civiles presentes, que parece ser que conoce al paciente de otra vez que se encerró, le habla en tono cordial a través de la puerta:
- "Sal, coño, Jóse, que han venido dos médicos del Centro de Salud a verte, y tienen que irse rápido, hombre, que tienen más avisos".
- "Pues que se vayan que yo no los necesito".
Habla a través de la puerta sin agresividad, pausadamente, con indiferencia, en tono de voz normal. Se ve que no quiere bronca y que está dispuesto a ceder a poco más que se insista. Tras otro tira y afloja, en un par de minutos consigue que se empiecen a oír ruidos en la habitación, como de arrastre de muebles. Al principio extraña ese ruido, pero enseguida se comprende que está retirando lo que bloquea la puerta por dentro. En cuanto la puerta comienza a entreabrirse, médicos y Guardia Civil no esperamos más y la forzamos del todo.
Se descubre así, que la puerta, nueva, no tiene mecanismo de cierre alguno, pero que estaba bloqueada por dentro con una lavadora de carga vertical, sobre la que había puesto dos ladrillos hasta alcanzar, justamente, la altura de la manilla interior de la puerta. Por eso era poco menos que imposible abrirla. Realmente ese tipo de bloqueo era eficaz, y dado su peso y sistema, hubiera complicado de mala manera la apertura forzada, en caso de que él no hubiera colaborado.
En el cuarto hay un camastro desvencijado, muy bajo, una mesilla, un armario antiguo, con la luna rota y dos sillas de tijera de esas de camping. Todos los muebles son de deshecho y hacen un fuerte contraste con las paredes, suelo y puertas de la vivienda, totalmente nuevas. El desorden en la habitación es total. Por el suelo hay ropa, cintas de casette sin funda, revistas, bolsas de plástico viejas,... todo tirado de cualquier manera, mezclado con paquetes de tabaco vacíos y arrugados, colillas, zapatillas de todo tipo y color, botellas vacías de refrescos... La persiana está totalmente bajada y una solitaria bombilla de muy pocos watios cuelga del techo intentando inútilmente iluminar todo aquel desbarajuste. La ventana, ha sido precintada por el interior, por el propio paciente, con cinta adhesiva de carrocero, palmo a palmo. Huele fuertemente a gas, pica la garganta y lo primero que hago es abrir la ventana. ¿Cómo no habrá saltado todo por los aires?. A lo mejor fumó poco adrede.
Por encima de la mesilla, clavada a cualquier altura en la pared con una chincheta, hay una estampa, vieja y sobada, de una Virgen de colores estridentes. Y encima de una de las sillas de camping, desde una televisión pequeñita que está enchufada, se oye la necesidad que tenemos todos de comprar un coche amarillo como el que sale en el anuncio, con una mujer que nada más introducirse en él, tira las bragas por la ventanilla. (Manda güebos).

El paciente acepta ir a la habitación de al lado, para ser reconocido. Anda despacio, con los brazos caídos a lo largo del cuerpo, la cabeza baja, con la mirada huidiza y al suelo. En esta habitación, solamente hay una escalera, de esas de tijera, llena de salpicaduras de pintura y una silla desvencijada. No quiere sentarse cuando es invitado a ello y habla, recostado sobre la pared, mientras lo reconocemos.
Barbilampiño, con barba escasa, de 8 o 10 días. Es un paciente de constitución asténica, tez pálida, que lleva puesta una camiseta de propaganda y encima una camisa oscura de cuadros, vaqueros negros, sucios y viejos y zapatillas en chancletas. Melena negra, abundante, como con greñas. Ultima vez que se peinó, ni se sabe cuando. En cuanto queda descartada, tras una exploración somera, cualquier afectación orgánica grave, y el propio paciente manifiesta que se encuentra bien, allí mismo empieza la conversación.

Anamnésis y reflexiones:

Varón de 24 años, que es el menor de 4 hermanos. Convive con su madre, viuda desde hace 4 años. Padre fallecido, por EPOC. Sus otro tres hermanos, mayores y casados, viven fuera de la localidad. El paciente refiere que se llevaba muy bien con su padre, que su madre es otra cosa, que su madre “ni habla ni nada”. Es una mujer pequeña, silenciosa, que atiende el ganado, a escala ínfima, para estricta supervivencia. Sólo tienen 26 ovejas, como complemento económico de una pensión de viudedad, que apenas llega a las 37.000 pesetas. La casa nueva, está tal como lo estaba cuando murió su padre o poco más.
Él en realidad no hace nada, no trabaja. Ni tan siquiera ayuda a su madre con el ganado porque dice que no le gusta.
El año antes de que muriera su padre, con 19 años, entró a robar en una casa desocupada, acompañando a otros tres jóvenes. Los cogieron y dice que toda la culpa se la llevo él.
Al año de la muerte de su padre, por dos veces se cortó la venas con un hojilla. Pero con tan poca profundidad que no necesitó ni de sutura quirúrgica. Enseña las pequeñas cicatrices casi orgulloso, como quien muestra una colección de sellos. Dice que él quería haberse muerto con su padre para que los hubieran enterrado juntos. Que lo quería mucho. Después lo ha intentado al menos en dos ocasiones más, con Tranxilium y alcohol. Le hicieron lavados de estómago. El año pasado se encerró dos días en la habitación y cuando vino el médico, lo sacaron y lo ingresaron en Psiquiatría. Estuvo un mes.
-  "Pero allí me tenían como a un mueble, no se para qué, porque nadie me preguntaba nada. Y lo mismo los ocho días que pase allí la última vez, cuando lo del veneno de las pulgas. Le pregunté a una enfermera que porqué no me preguntaban cosas de mí y me dijo que para qué, si ya lo sabían todo de las veces anteriores".
Ayer por la tarde, se encerró en la habitación, cerró la puerta y pensó como podía matarse sin hacerse daño. Y pensó en el butano. Cuando su madre se acostó, salió sin hacer ruido, cogió el coche que tenía su padre y se fue a tomar un café al pueblo de al lado, para comprar tabaco. Dice que estaba muy nervioso porque no sabía si le saldría bien o no lo del butano, y sin darse cuenta se salió de la carretera a la entrada del pueblo, y se hizo daño en una muñeca. Lo tuvieron que llevar al Centro de Salud, donde le colocaron, como muñequera, una venda compresiva. Mero adorno, para salir del paso.
Le pregunto si lo del coche fue sin querer o adrede. Le tengo que levantar la cara cogiéndole por la barbilla para que me mire, aunque es tan alto como yo, porque no quita la vista del suelo. Y me jura que no, que fue sin querer.
Después, ya en su habitación, metió una bombona de butano y se tomó, según él, dos cajas enteras de Dalparan y otras dos de Dormidina, con una botella de litro y medio de Fanta. Cuando se despertó esta mañana, tapó la ventana, abrió el gas y esperó. Hasta que su madre descubrió lo que pasaba cuando le llamó para bajar a comer.
Mientras su médico baja al comedor a realizar el papeleo, para la ambulancia y el ingreso en el hospital, me quedo con él en la habitación, hablando. El chaval busca en el armario ropa mejor con la que arreglarse un poco. Me impresiona lo vacío que está su armario. La conversación es franca y empática.
 Le digo que sé, porque me lo han dicho, que es un tío inteligente y legal, buena persona y capaz de lograr en la vida cualquier cosa que se proponga. Que seguro que estará pasando una mala racha y que por eso pasa lo que pasa. Que yo me fío de él. Que a lo mejor, lo que necesita es hablar...
         - “Si estuviera mi padre...”
Que me imagino que a su padre le gustaría estar aquí y ahora, pero que la vida pega esos palos y que su padre aunque ya no esté, estará más orgulloso que dios, de él. Pero que a lo mejor no resuelve nada actuando como actúa últimamente. Que me cuente lo que quiera, que estoy allí para escucharle.
Habla de su soledad, de que “él pasa de todo”, de...
No se le intuye a primera vista, deseo alguno real de morir. Más bien parece estar pidiendo ayuda a borbotones. A su manera.
Ante sus vacilaciones, le ayudo a elegir la camisa que se va a poner:
- “Ponte ésta otra, hombre, que es divina, que te va más con la cara,  ¿dónde la compraste?”.
- “Tienes razón. Esta es más bonita. Me la compré en el mercadillo...”.
Mientras se viste, veo en el suelo, entre el maremagnum de trastos, que hay un tenedor con los dientes retorcidos:
- "Qué: te cabreaste y le fastidiaste los dientes contra el suelo, ¿eh?". 
- "No, que va, es que... es con eso, con lo que hacía salir el gas de la bombona, hombre... lo dejas trizado así en la válvula y ya está".
La conversación hace que el muchacho se sienta cómodo. Me acaba de explicar el mecanismo del vaciado de la bombona como el experto que enseña a un principiante. Y le noto que quiere hablar. Está deseando que alguien le escuche y se abre:
- "Nunca me había dicho nadie que se fiara de mí, ni que tuviera confianza en mí, como tú... Ya verás. Lee esto".
Me está alargando el brazo con una carta, que ha sacado de la parte de abajo de la mesilla. Ante mi reticencia inicial, insiste decidido:
- "Léela, hombre, haz el favor...".
Es una carta llena de ternura y de amor poco menos que adolescente, que rezuma esperanza y ánimo desde sus renglones. La recibió de una amiga hace 8 días. En ella le dice que a ver si este verano se pueden ver en donde vive ella, en el País Vasco, que le espera en julio y que se lo van a pasar "a tope de güay, que ya verás como es esto y vamos a estar tu y yo solos"...
Aprovecho para decirle:
- "Esta amiga tuya merece la pena... Esta carta está llena de cosas bonitas ¿eh?. Mejor que no sepa lo de hoy. Ahora a recuperarte, para que te vea hecho un tío en julio. Que ni te conozca, de seguro, de chulo y de legal. Porque querrás estar en Julio allí con ella, ¿no?...que alguien que te dice las cosas que te dice... merece la pena".
- "Claro que iré".
Mientras se termina de arreglar, que ya ha llegado la ambulancia y le espera, se peina hacia atrás, mojándose el pelo. Se echa colonia.
Mi curiosidad es tan invencible que no puedo dejar de hacerle la pregunta que me está dando vueltas en la cabeza, desde hace rato. Mientras le pongo la mano en el hombro, le digo:
- "Oye, y si te querías morir... ¿para que tenías puesta la televisión?".
La respuesta es conmovedora:
         - “Es que... echaban un capítulo de "Al salir de clase" ”.

Al montar en la ambulancia, se despide con cordialidad. Sabe que lo van a examinar y parece estar deseando que le lluevan las preguntas. Necesita que haya alguien que le escuche. Necesita que le pregunten por él.
¿Esta vez lo harán?.

De regreso al Centro de Salud, comentamos entre nosotros:
- Este chaval,... de querer morirse nada de nada,... pero tanto va el cántaro a la fuente,... que al final acertará, aunque sea por error. Y si no, al tanto.
Que pena, joder, que pena.

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